Articulo sobre el tabu del suicidio

¿Quién mató a Kurt Cobain?

Me hizo gracia, a la par que me horrorizó, ver en un comic que me prestaron, “Kurt Cobain, el ángel errático” como la estrella “iluminaba” a sus amigos en una viñeta con la siguiente (supuesta) frase: “Es muy fácil tío. Para mí lo es. Tengo genes de suicida”.
Dudando tremendamente de la veracidad de los hechos, llegué a muchas conclusiones por aquellos tiempos:
Un verdadero suicida, en primer lugar, no dice que lo es. Procura esconder sus problemas y su difícil decisión porque nadie lo va a comprender, van a intentar evitar que lleve a cabo todo lo que está ultimando de forma oculta a los demás, y, sobre todo, va a hacer infelices a sus seres queridos por estas razones.
Muchas otras personas, en segundo lugar, hacen ese tipo de comentarios o se comportan de modo autodestructivo para llamar la atención sobre ellas, pero es una de tantas variantes de manipulación con la que pretenden conseguir aquello por lo que, supuestamente, quieren morir. Una persona que toma la decisión de quitarse la vida lo hace porque ya ha aceptado todas las consecuencias previamente, y llega a la conclusión de que no cambiarán las circunstancias mientras él o ella siga existiendo, ya que probablemente, mayor o menor parte de su día a día es causante de la situación que lo lleva a ello.

¿Quién mata a un suicida?

La respuesta para nosotros es nadie, él mismo. Pero la respuesta no es tan sencilla como siempre queremos que sean los problemas de los demás.
Cuando alguien decide acabar con su vida la razón es acabar con el sufrimiento y el dolor. Puede ser el suyo propio o el de sus seres queridos. Toma una determinación, probablemente la única decisión real sobre su propia vida en el transcurso de ésta. Pero nosotros no tenemos capacidad de entenderlo así. En primer lugar tendemos a tachar de cobardía lo que es un acto de sacrificio, para luego, tender a comparar nuestras cómodas vidas, formas de pensar y sentir, haciéndolas universales y extrapolables al resto de la humanidad. Nadie siente de igual modo, como nadie piensa exactamente lo mismo y como nadie vive las mismas circunstancias. Por último, nos responsabilizamos y castigamos por su decisión. Nos culpabilizamos por ser, en menor o mayor medida, uno de los motivos por los que decidieron marcharse, seguramente, para que a la larga fuéramos realmente felices porque por algún u otro motivo, su existencia ha ido creando una bola de nieve que, ha acabado siendo consciente, no puede detener. Pero no existe “culpa”, es una decisión difícil tomada de forma personal por esa persona por sí misma.

Existe un terrible tabú, miedo a hablar de esto, de los motivos que no comprenden familias sobre quien decidió marcharse. Miedo a su reacción, tristeza e incomprensión por hacerles entender que, aunque nos sea más fácil odiar a quien simplemente desaparece de un hogar, creyéndole féliz a cambio de nuestro sufrimiento por su marcha, él o ella sufriría tanto o más que nosotros toda su vida por nuestro dolor y odio hacia ellos. Y no puede, no quiere tal cosa. Sólo quiere, por lo general, estar en completa paz al final (cosa que no puede conseguir de otro modo).

Lógicamente, no debemos justificar una muerte, en ninguna circunstancia, y por supuesto siempre debemos ayudar a quien lo necesita para que llegue a ser feliz, porque siempre hay una salida… pero tampoco podemos demonizar a quien ya tomó esta decisión, este sacrificio. No es un acto supremo de egoísmo ni cobardía, es todo lo contrario. El único sentimiento que merecen estas personas desaparecidas es respeto. El mismo respeto por una persona que aguanta que le rompan todos los huesos por lo que considera correcto, pues ellos, igualmente, se han sacrificado por nosotros. Y el tabú evita darles a las familias esta explicación, que  realmente necesitan.